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sábado, 23 de febrero de 2013

ELLA, una víctima silenciosa más

Ella viaja a trabajar en su moto todos los días. Alguna vez tuvo un sueño: una familia feliz. 

Ella conoció la brutalidad de un padre rígido,  que impuso su amor a trompadas, que le enseñó que los vínculos se forman por la fuerza, y que se sostienen también por la fuerza con el ímpetu que te dan varios vasos de vino.

Los trazos gruesos de esa infancia  la llevaron a "elegir" un camino dificultoso. Quiso zafar, pero no pudo. 

Se enamoró de un hombre tierno y diferente a esa imagen paternal. Pero ese enamoramiento duró algunos años, más nueve meses que le regalaron a su única hija. Las borracheras y el maltrato, fueron más duras y frecuentes cada vez.

-Anoche llegue y estaba borracho-, dijo como si fuera la primera vez. Con voz entrecortada, intenta justificar por qué aún viven juntos. Su amiga la escucha con atención. La historia, vuelve a empezar y se repite hasta el cansancio. Las mismas palabras, los mismos concejos se vuelcan y se intercambian en cada mate que comparten luego de que Ella vuelve de trabajar como empleada doméstica.

Vive en una ciudad tranquila donde todavía existe el mito de la puerta abierta y donde los hechos suceden a puertas cerradas. El ‘qué dirán’, la mirada del otro, la vergüenza y la indiferencia son muy fuertes. Duelen más que soportar los golpes, insultos y agresiones que vive desde que contrajo matrimonio.

Su casa es su refugio, su trinchera, su botín y su peor pesadilla. La levantó con sacrificio, igual que a su matrimonio y no la quiere dejar por nada del mundo. Teme que ‘Otra’ la ocupe y se quede definitivamente sin nada. 

El miedo al vacío, es similar al que le causa enfrentarse a él, a sí misma, a que su vida ya no le pertenece. Ella, está presa de un círculo de golpes, maltrato y arrepentimiento.

Es activa, sociable y muy trabajadora. Una luchadora que dedica el mayor tiempo de su día a tareas domésticas en casas ajenas para pagar el pan. Su vida está llena de responsabilidades y preocupaciones, sobre todo por las noches cuando se sirve de las rutinarias borracheras, gritos y golpes que abundan en cada cena.
-¿Ya te vas a atorrantear?-, le resuena en su mente cada vez que sale después de las 20 horas a visitar a alguien. 

Él no tiene más familia que la que supo construir y destruir. Durante el día se muestra como un ejemplo de trabajador municipal y marido; por las tardes, su vicio lo encuentra  en algún bar mientras arregla donde será la próxima riña de gallos que con devoción cría en el fondo de su casa. A la noche, sus palabras se vuelven puñales y sus manos experimentan el éxtasis de dominar a otro. Un Otro que es OTRA, indefensa y frágil. Como los gallos, Ella aprendió a pelear y defenderse.

Juntos tuvieron una hija hermosa que heredó la fortaleza de su madre, y aprendió a boxear como su padre. Una hija que le llenó de alegría su vida con dos nietas que acostumbra mimar. Esta historia ya lleva más de 30 años. Sin contar la violencia que la acompañó desde su infancia con el rigor y los golpes de su padre. 

Ella, por suerte, no está registrada en los 293 femicidios que detalla el Informe elaborado por el Observatorio de Femicidios en Argentina Adriana Marisel Zambrano, coordinado por la asociación civil La Casa del Encuentro, en el período que abarca el primer semestre del año 2012.

"El femicidio vinculado es una nueva categoría creada por el equipo de investigación de esta ONG, que se divide en dos: aquel que se produce contra una persona que intenta impedir el femicidio o aquel que se produce contra una persona nada más que para castigar, destruir y aniquilar psíquicamente a esa mujer”, explican desde la organización. Ella, pertenece a la segunda opción.

Los registros de femicidios del Observatorio Zambrano, hechos sobre la base del seguimiento de 120 medios de comunicación y agencias de noticias, resultan por el momento la única recopilación de datos existentes y, por ende, un gran aporte a las políticas públicas para evaluar cuál es el grado de violencia de género en el país. Sin embargo, Ella no es parte de esa estadística. Tampoco estos datos parecen torcer demasiado el brazo de funcionarios indiferentes. La negación no cambia la realidad.

Si bien en 2009 fue promulgada la ley 26485 de violencia de género, según los datos relevados por la La Casa del Encuentro, los casos de violencia tuvieron incrementos alarmantes. En 2010 se registraron un total de 260 femicidios de mujeres y niñas, y 15 femicidios de hombres y niños; en 2011, se registraron un total de 282 femicidios de mujeres y niñas, un total de 29 femicidios de hombres y niños, y 346 muertes de hijos e hijas de mujeres muertas por violencia de género.
Los datos son contundentes: una nueva ley no es igual a una reducción de los casos de violencia. Mucho peor, la ley es innovadora pero no se aplica. Muchas como Ella, que ya pasaron los 50 años, no pueden cambiar su realidad. Muchas, no lo pueden contar. Muchas realizan denuncias y reciben maltratos o respuestas nulas en las comisarías de la mujer que deberían respaldarlas.

Disminuir la brecha entre el reconocimiento formal de los derechos y su aplicación es una de las grandes tareas por hacer. 

Otro de los desafíos es contar con un presupuesto que permita construir una estructura completa a nivel nacional, que incluya refugios, asistencia psicológica, jurídica, y recursos para volver a insertarse en el ámbito laboral. 

Ella, sale cada día en su ciclomotor a trabajar. Está contenta porque sus patrones, como les dice, le realizan sus aportes jubilatorios. No hay frío, ni lluvia que la frene. Tampoco trompada que la quiebre. Pero sabe que su vida es un acto de resistencia permanente. Se acostumbró a disfrutar cada minuto como si fuese el último. Ella, no figura en ninguna estadística. Sin embargo, ella sufre. Es una víctima silenciosa.

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